Conjura de metaleros (true)

Luis Alcantar

Johann quería evangelizar al mundo a su modo. O mejor dicho "enmetalizarlo". Juan es el nombre real de Johann, pero adoptó ese nombre porque se sintió inspirado por los nombres escandinavos usuales en el death y el black metal.

El metal llegó a Juan una mañana de domingo. Uno de sus tíos escuchaba el primer álbum de Black Sabbath. Esa forma musical densa y expansiva, despertó una energía que aquel adolescente de cabellera caprichosa, sintió como un lenguaje interesante que le atraía y le llevaba a un lugar que sintió como nuevo.

De a poco, Juan descubrió grupos y variantes de la música que lo mantenía como un rayo que brilla en una noche oscura. En la preparatoria, Juan conoció a otros metaleros, con quiénes trabó amistad que les llevó a compartir cerveza barata, cigarros que compraban con unos cholos y varias pintas escolares.

–Cuando escuchó metal, se siente como si volviera a nacer, solía decir Juan, mientras las cabezas de sus amigos asentían a la distancia como si tuvieran vida propia. Uno tiraba ceniza de su cigarro, y latigueaba con el índice por unos segundos.

Sin embargo, Juan y sus amigos no toleraban otra música que no fuera el estallido primitivo de batería, guitarras y voces que derivaban en un desgarro y en una catarsis única. En una fiesta de una compañera del salón de Juan, sonaba un mar de reguetón, con algunas escalas en balada romántica y regional mexicano.

Esa no es música, mmm es por-que-rí-a – gritó Juan (con énfasis en la última palabra que dijo más lento), entonces se acercó al celular conectado a las bocinas y tecleó Postmortem y le pulsó el botón de play en YouTube. Aunque era la versión extendida con Raining Blood incluida. Dos clásicos del trash metal. La ráfaga de guitarras y la voz enfebrecida de Tom Araya, escandalizaron al noventa y cinco por ciento de los asistentes que solo querían algo de perreo y romance saturado de destilados baratones. 

Los amigos de Juan alzaron los puños y formaron un círculo, mientras corrían alrededor. –Pa' que se eduquen! El resto de los asistentes, los miraban con la curiosidad del visitante que ve a los monos enfrentarse por comida en un zoológico.

La anfitriona (con un gesto de asco en el rostro) se acercó a las bocinas, y sin decir agua va, desconectó el aparato. El silencio que se instaló en la cochera fue interrumpido, por el chillido de un carrito de tamales que pasó en ese momento.

Juan y sus amigos, como en otras ocasiones, fueron los primeros en salir, rodeados de miradas y con la misión de llevar su música y esparcirla en todos lados. –Esta cruzada nadie, ni nada la detiene, vociferaba Juan cuando su grupo y él (siempre playeras negras raídas y con estampados agrietados), resultaban expulsados de eventos. 



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